Crónica de la Contrarreloj Al-Andalus. Recorrido extremo por Andalucía en bici.




Puede ser que escuchara hablar de la Contrarreloj Al-Andalus cuando era sólo una idea. Puede ser que me sonara como un deseo ajeno que nada tenía que ver conmigo. Y puede ser que me fuera implicando hasta tal punto que al final haya terminado haciéndola parte de mi… o más bien, yo parte de ella. Sin duda lo que aún me hace darle vueltas a la cabeza es la diferencia entre lo que esperaba que fuera y lo que realmente ha sido. Se me mezclan los pueblos, los días, los sucesos, todos ellos fueron pasando a la velocidad del tic-tac del pedaleo de Fran, pero hay algunos que llevaré tatuados de por vida e intentaré plasmarlo a lo largo de la crónica.

Cuando hablamos del proyecto para ver si podía mover algún tipo de ayuda en beneficio del reto nunca pensé que yo misma, es decir mi persona, podría echar una mano. Aún recuerdo el día en que Gaizka me dijo, ¿acompañarías a Fran en la Contrarreloj? Aunque no sabía muy bien cómo, tenía claro cuál era la respuesta, un rotundo ‘sí’. Quería participar y ayudar en este genial proyecto y haría todo lo que estuviera en mi mano.

A no más de dos semanas de que el reto comenzara, todo empezó a coger forma. Hicimos balance de lo que teníamos hasta la fecha y lo que cada uno, a su entender, consideraba que faltaba, de modo que pudiéramos resolver flecos, ya que teníamos poco tiempo para dejar todo atado. Desde el principio me sentí muy cómoda, ya con los preparativos todos estábamos a una. Formábamos un equipo singular por nuestras evidentes diferencias: diferentes caracteres, diferentes perfiles, pero lo cierto es que encajamos a la perfección.

¿Lo que hace más feliz? Ser útil a los demás. No solo estaba la parte deportiva sino que además se recaudarían fondos para una asociación contra el cáncer y eso me motivaba aún más. Cuando la gente me preguntaba que iba a hacer en las vacaciones y le contaba lo de la Contra-reloj se echaban las manos a la cabeza, '¿cuatro días en un coche? Pero os vais a dar un palizón de mil demonios, ¿no?' Precisamente en esto era en lo que menos pensaba yo. Más bien mi cabeza daba vueltas a lo innovadora que era la prueba y que me parecía una idea estupenda y toda una experiencia, en la que si bien podríamos intuir el final, nada estaba escrito y sabíamos que podía pasar de todo.

Llegó la hora de la verdad y después de muchos correos por fin nos veíamos las caras en Villanueva de Córdoba. La noche anterior los nervios hicieron que durmiéramos más bien poco, y casi sin darnos cuenta nos encontramos rodando, embarcados ya en la aventura e intentando adaptarnos lo más rápido posible. En el momento que nos despistábamos un poco Fran ‘se nos perdía’. Chiquillo, que manera de pedalear.

Cuando a 70 kilómetros de la salida la furgoneta empezó a echar humo no nos dio tiempo ni de venirnos abajo, ninguno pensó en la posibilidad de abandonar y las cabezas iban a mil buscando otra opción que fuera viable. La solución fue cambiar la furgoneta por un turismo, que nos permitió seguir adelante pero con una reducción del espacio considerable, lo cual suponía una dificultad añadida.

Tener que esperar en el taller donde llevamos la furgoneta y retroceder camino posteriormente para coger el nuevo vehículo de apoyo fue uno de los momentos más difíciles de soportar. Fue como si quisiera ir hacia un lado pero te están tirando para ir por otro. Fran, ya sabiendo todo lo ocurrido, continuaba el reto en autosuficiencia durante lo que yo calculaba serían unas 3 horas mínimo, yo en cambio, iba en dirección contraria a por el ‘nuevo’ coche de apoyo. Gaizka mientras tanto peleaba con los del taller por que se dieran prisa y calculaba la mejor manera de distribuir los víveres, herramientas, recambios, etc. que no eran prescindibles y que el espacio permitía llevar con nosotros. Atrás dejamos cosas tan importantes como la rueda delantera y bicicleta de repuesto de Fran pero, en este caso, pasarían por ser prescindibles.

Ya estábamos en marcha otra vez y la prioridad absoluta era dar con Fran al que no nos quitábamos de la cabeza, y quien ya nos había advertido por teléfono que estaba en muy mal estado debido a la deshidratación. De haberlo hecho a drede, Fran no habría podido escoger una carretera más solitaria en ese punto de la ruta, no contaba con ningún bar ni estación en la que adquirir líquido o alimento, el firme estaba en muy mal estado y nosotros viendo pasar los kilómetros en el coche entre curvas, bajadas, subidas y hoyos en la carretera, temíamos encontrarlo tirado en la cuneta a la vuelta de cualquier curva. No fue así, superó por si solo aquella parte del camino haciendo una incursión en una finca privada que le permitió llegar al siguiente pueblo, Alanís. Una vez todos juntos y con la caída de la tarde nos fuimos amoldando a lo que sería el discurrir habitual en la Contrarreloj, aunque sabíamos que la deshidratación de Fran le pasaría factura más tarde o más temprano.

Después de las tardes de sol intenso, la llegada de la noche iluminada por la luna daban paso a la calma, pero conforme la madrugada se acercaba todo se ponía más feo y agradecíamos que el día pusiera fin a las duras madrugadas a las que tuvimos que enfrentarnos. Sobre todo la primera, toda la parte de la costa gaditana hasta llegar a Algeciras y Fran luchando con su estómago para que dejara de echar alimento fuera.

El resultado de una sobrehidratación para contrarrestar los efectos negativos de la falta de líquido y alimento del primer día hicieron que el estómago de Fran llegara un momento en el que dijera 'hasta aquí hemos llegado'. Y aunque superó de forma increíble este bache del camino, arrastró algunas secuelas como el 'asco' a ciertos alimentos y bebidas. Nos montábamos en el coche y elucubrábamos sobre qué le sentaría mejor al estómago para asentarlo. Lo que estaba claro es que para continuar teníamos que encontrar entre todos la manera de que Fran ingiriera líquido y alimento ya que el desgaste era brutal. Si bien, en esos duros momentos él se ponía en el pellejo de las personas que sufren de los efectos de la quimioterapia, yo revivía lo que era estar al otro lado, es decir, revivía lo que era cuidar a alguien que siente repulsión por el alimento debido a los efectos de la quimioterapia, pero a los que has de ‘obligar’ a comer para seguir adelante. Esto supone una búsqueda constante para dar con alguna alternativa que alimente y no produzca esa repugnancia. Ver las caras de frustración de Fran y un guiño de desacuerdo cada vez que parábamos y tenía que comer algo, me hicieron revivir muchas sensaciones ya olvidadas. Eran sólo segundos, ya que Gaizka en su papel de 'malo' le daba tal coña para que comiera y bebiera que al final no podía más que soltar una sonrisa e ingerir alimento. Era entonces cuando recordaba por qué estábamos allí, que el sufrimiento era controlado y que se podría parar en cualquier momento y que si Fran continuaba era porque sabía que podía, lo cual me aliviaba y reconfortaba sobremanera.

Todas y cada una de las personas con las que tuvimos algún encuentro durante la Contrarreloj comentaban el tema de que la fecha escogida no era la idónea. Algunos dan por hecho que todos estos problemas se podrían haber evitado haciéndolo todo en otra época, o habiendo aplazado el reto para cuando las condiciones meteorológicas fueran más favorables. Hubiera estado bien tener otra opción o un segundo coche de apoyo, pero no fue así, lo cierto es que cuando no te dedicas a esto de forma profesional, y cuando la disponibilidad de la gente que participa depende de su trabajo, no tienes elección y la única opción es tirar adelante con lo que venga.

Si bien nuestra preocupación por el bienestar de Fran siempre estaba de trasfondo en nuestros pensamientos, no todo era preocupaciones, la contrarreloj dio lugar a muchas situaciones que nos hicieron pasarlo muy bien, reírnos y disfrutar. Ante los problemas el remedio fue el optimismo, éste venía con nosotros en el equipaje y nos acompañó durante todo el camino. Siempre había lugar para una broma o un chascarrillo. Aún lo recuerdo y me río... parados en Benalmádena. En Estepona nos prepararon comida para que la cogiésemos sobre la marcha, pasta sobre todo para asentar el estómago de Fran. Con las prisas con las que íbamos no caímos en coger cubiertos, y claro, los nuestros estaban dentro de las 'cosas prescindibles' cuando hicimos el cambio de coche. Uno de los cristales intercambiables de las gafas de Fran fue el que hizo las veces de cubierto, más que comer, antes de nada debía 'pescar' la comida. 'Gaizka, te dije que no echaras la cubertería buena que no merecía la pena' y a pesar de todo risas, risas y más risas.

El coche era un batiburrillo de artículos, un desorden organizado que no hubiera desentonado aparcado en un mercadillo o rodando por la carretera para coger el ferry a Tánger. Las cosas las llevábamos en cestas en las que la mercancía iba distribuida con mucho cariño, y que en un principio, situadas en la furgoneta podías distinguir donde estaba cada cosa a un golpe de vista. Para meterlas en el coche tuvimos que jugar al tetris y Gaizka, persona previsora y organizada por naturaleza y del que también he aprendido muchísimo, no quedó muy contento con la primera ubicación de las cosas, así que cuando la situación de Fran nos dio cuartelillo, lo sacó todo del coche y lo reubicó de forma más óptima. Era digno de admiración sacaba y reubicaba cosas dentro de las cestas pero sin parar de atender a Fran. Esta situación se dio un par de veces más, y además lo hacía de forma innata, era curioso verlo. Al final quedó patente que el coche no daba más de sí, y tuvo que dejarlo por imposible, el espacio es el que había, así que terminamos por agudizar la memoria fotográfica. Si hubiera jugado al juego de encontrar las parejas después de la contrarreloj habría podido ganar a cualquiera.

Parar para que Fran durmiera un poco o rompiera el sueño era un poema. El coche tenía los asientos volcados y toda la parte trasera hacía de maletero, así que no quedaban nada más que dos asientos, los que ocupábamos Gaizka y yo. No hay que ser muy avispado para hacer las cuentas, en el momento que Fran lo necesitaba mínimo uno quedaba fuera del coche, aunque normalmente ambos salíamos del coche. Supuestamente los descansos de Fran serían en una colchoneta tendido en el interior de la furgoneta, nunca pensé que los haría sentado con el coche en marcha para que el aire acondicionado siguiera funcionando, las luces de emergencia puestas y sonando en el interior del coche para evitar males mayores... vamos que en el fondo daba igual cerrar los ojos o no, el coche era una feria ¿Se os ocurre qué mejor sitio para dormir?

Otro de los hándicap fue nuestra comunicación con Fran a través de los walkies, ésta se producía de forma unilateral, es decir, él podía escucharnos pero nosotros a él no, así que sabíamos que nos había entendido cuando asentía con la cabeza. Los walkies eran muy útiles ya que nos permitía 'cantarle' la ruta para que no se equivocara. Era sorprendente cuando nos metíamos en algún pueblo o ciudad más grande, donde el coche se atascaba y la bici podía continuar el camino, aún habiéndolo perdido de vista y sin saber muy bien por donde andaba, Gaizka le daba algunas indicaciones por el walkie y a los poco minutos de nuevo lo teníamos encima. Conmigo no ocurría lo mismo, me cuesta horrores hablar con una máquina, dígase por ejemplo un contestador, o en este caso hablarle a un walkie sin recibir respuesta. Más tarde nos pegamos unas buenas risas porque Fran decía que Gaizka no callaba ni debajo de agua y yo parecía la de 'radio-taxi'. Aún así, ¿cuántas cosas absurdas pudimos decir por la radio?... muchas, sobre todo Gaizka, que inventiva!

Situaciones subrrealistas se dieron a montones aunque son cosas que no te paras a pensar en el momento, tan sólo pasan y es mejor no darle muchas vueltas para no venirte abajo. Eso sí, desde que ocurrió lo de la furgoneta y hasta el final del camino me acompañaría una preocupación constante por Fran, no en el sentido deportivo, sus piernas son poderosas, más bien esa preocupación es por la fragilidad de verlo encima de la bici entre tanto coche o ante el adelantamiento de un camión.

También me llevé aprendizaje en la parte deportiva, no sólo de Fran, sino también de Gaizka. Era increíble ver a Fran montado en la bici, mucho tiempo pasé hipnotizada con la cadencia de su pedaleo, era increíble con ésta se iba amoldando a los distintos terrenos. Además si no había marroncillos Gaizka me iba explicando aspectos técnicos y el porqué se hacían ciertas cosas. Pero sin duda el aprendizaje más importante es el del poder de la mente. ¿Cuántas dificultades no encontró Fran? ¿Cuántas veces no pensaría en dejarlo todo y bajarse de la bicicleta? Cuando no hay nada más y estamos solos no nos queda más que creer en nosotros mismos, creer que podemos, fuera prejuicios e ideas preconcebidas, tener fe en uno mismo y seguir adelante. No olvidaré la cuesta de Montoro, después de tantos kilómetros recorridos y muchos problemas superados, quedaba seguir recorriendo en solitario y en las peores horas del día la subida de Montoro hasta llegar a Cardeña. Fue una parte muy emocionante del camino, donde ya se nos había unido gente del pueblo para animar a Fran... estábamos llegando. Gritamos y animamos todo lo que pudimos y aunque luchaba consigo mismo para no bajarse de la bicicleta consiguió sobreponerse al tramo más duro de todo el camino. Lo que le hizo no perder la concentración y seguir adelante sin bajarse de la bici no lo sé, pero era impresionante ver su cara. Creo que todos teníamos la respiración contenida y que soplamos cuando sabíamos que había afrontado con éxito una de las partes, pienso yo, más dura de la Contrarreloj. Después de esto verle disfrutar en compañía de muchos ciclistas que se unieron un poco más tarde en Cardeña para acompañarlo hasta el pueblo fue todo un deleite para nuestra vista y nuestros corazones. Cuando por fin llegamos todo fue una mezcla de sentimientos contenidos por todas las situaciones vividas, que combinado con la satisfacción de un trabajo finalizado, hizo que me viniera abajo como era de esperar, pero como yo nunca habría podido imaginar. No me olvidaré nunca, cuando ya estábamos sólo 'los justos', del abrazo cálido de Ruth, la mujer de Fran que había vivido el reto en la distancia y que fue la cuarta integrante del equipo.

Gracias a toda la gente que nos echó una mano por el camino: amigos, familia... todos estuvieron ahí acompañándonos y me hicieron sentir grande y querida. Gracias de nuevo. La gente que nos seguía a través de internet y que nos dieron muchos momentos emotivos como el de leer a Fran los comentarios a través de la radio, o el correo de agradecimiento por el gesto de Fran, que venía de parte de una madre cuyo hijo había salido adelante de un cáncer. Nos hizo llorar a todos. Gracias a la familia de Fran, que nos acogió como si fuésemos uno más de la familia. Y por último a todos los vecinos del pueblo de Villanueva de Córdoba por sus atenciones. Gracias a todos por creer.

Momentos especiales fueron aquellas paradas en las que estábamos los tres y que solían coincidir con las cenas, el par de duchas que pudimos darnos por el camino, cuan apreciadas se hacen las cosas cotidianas en momentos así, las caras de sorpresa o incredulidad de la gente cuando preguntaban después de ver esa bicicleta 'tan rara' y le contábamos lo que estábamos haciendo (y pensaba yo ¿bicicleta rara?... ¿es que no has visto el casco?). El aparcar el coche cuando paramos para cenar en Pozo Alcón, eran las fiestas del pueblo, y al bajar nos encontramos a Fran tocando la guitarra. Resolver cosas sobre la marcha y a golpe de teléfono. Hubo muchas cosas, vivencias que no caben aquí y que iremos recordando poco a poco.

Cuando todo esto comenzó no sé que esperaba encontrar, lo que sí sé es no lo esperaba así, que todas las sensaciones vividas me pillaron por sorpresa y lo único que puedo decir que disfruté de lo que hicimos aunque no sé exactamente por qué. Que cada vez que me monto en el coche me acuerdo, y que me dan ganas de darle a las luces de emergencia. Que me quedo con ganas de más y que entre nosotros se ha creado un vínculo muy especial. Algo de lo que no tengo ninguna duda es que este tipo de cosas son las que alimentan el alma.

Hay una reflexión que aparece en Anatomía de Grey y que me gusta mucho porque pone de manifiesto aquello que ha de ser de una determinada manera, aquellas cosas que son porque no tienen otra forma de ser.

Los lazos que nos unen son en ocasiones imposibles de explicar. Nos conectan, hasta cuando parece que los lazos deberían romperse. Algunos vínculos desafían la distancia, y el tiempo, y la lógica… Porque algunos lazos simplemente están predestinados. (Anatomía de Grey)

A continuación el vídeo de la llegada al pueblo:


En la web puede verse toda la información y material audiovisual
http://contrarelojal-andalus.blogspot.com/


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